sábado, noviembre 23, 2024
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Sucedió por la Broadway, en el centro de Los Angeles

Por Alicia Alarcón.

Apoyado sobre un caminador, apenas podía caminar, sólo había que observar sus piernas para saber que lo que le impedía avanzar, era una neuropatía, los pies volteados, uno frente a otro.  El suéter oscuro que llevaba sobre la caminadora,  amenazaba con caer al suelo;  lo vi parada en la esquina contraria,  el tráfico de la calle Sexta y Broadway en el centro de Los Angeles a las 3 de la tarde es más intenso. Acababa de salir de mi examen anual de la vista.  El hombre no debía de tener más de 60 años, la piel oscura y el pelo crespo, ensortijado. El esfuerzo de arrastrar sus piernas era visible. Crucé en dirección opuesta a la suya y me quedé parada en la esquina, tenía el presentimiento de que una desgracia estaba a punto de ocurrir y no estaba segura si yo o alguien más podría evitarla.

El tiempo para cruzar se agotó y el desconocido se quedó parado en medio de la calle, cruzar la calle cuando el tráfico de Los Angeles está en movimiento, no es buena idea. Menos cuando la mitad de la población que maneja está concentrada en los mensajes que recibe en what´s up.

En lo que yo medía el peligro y si debía de arriesgarme a cruzar para ayudar aquel vagabundo. Una  joven con pantalones cortos que llevaba en la mano derecha la cuerda con la que sujetaba a un perro blanco enorme, de orejas caídas,  atravesó la calle y se puso a un lado del desconocido, obligando a los carros detenerse.

Fue cuando ocurrió el primer gesto de inhumanidad, el sonido desenfrenado de un claxon,  la mujer señalaba el semáforo que ya estaba en verde y gesticulaba para que los dos se hicieran a un lado para avanzar.  Lejos de obedecr, la joven caminó hacia la ventanilla del auto y le dijo algo ininteligible, para los que estábamos al otro lado de la acera.

El hombre al ver la escena, empujo su cuerpo hacia adelanto, las piernas no le respondieron. La joven regresó a su lado y sin prisa lo ayudó hasta que el hombre estuvo fuera de peligro. Nadie más se acercó a ayudarla.  

Con el poco efectivo que encontré en la cartera, me apresuré a cruzar de nuevo la esquina, me acerqué a aquel desdichado que con la con la vista fija en el suelo,  la espada doblada que dejaba ver una camisa blanca que hacía mucho no tocaba el agua; apenas se podía mover. ¨for your breakfast.¨  le dije. Antes de aceptar el dinero, me miró de lado, los ojos tristes redondos, las pupilas blancas, apenas sonrió antes de decir Bless you.  Me alejé de prisa, con la vergüenza de haber depositado en sus manos una paupérrima limosna de cinco dólares.

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