Por Alicia Alarcón
Un pasito pa´delante, dos pasitos para atrás. Una vuelta a la derecha y dos vueltas hacia atrás. Al Presidente Trump le gusta danzar, él escoge la música y también a su pareja. Tiene muchos de donde escoger. Los elegidos aceptan acompañar al Presidente porque no hay otra opción. Son danzas obligatorias, rechazarlas constituye un riesgo de no poder danzar con nadie más.
Al Presidente le gusta sorprender a su acompañante con giros inesperados y repentinas poses de guerrero samurái que no van con la melodía que toca su orquesta. No le gusta que nadie haga mejores requiebres de cintura y mucho menos tolera que alguien lo deje parado en la pista. A esa acción nadie se atreve, equivale a salir de todas las danzas del mundo.
Es bien sabido que los que participan en sus danzas, al final quedan exhaustos, agotados por los giros y brincos inesperados que da el Presidente. Es él quien dicta qué tan alto son los brincos y qué tan rápidos son los giros. También decide cuántas horas dura una danza y cuando se termina. Puede durar días o semanas. El elegido se limita a aguantar y estar al pendiente de sus pasos. Lo peor de la experiencia es que el Presidente gusta de cambiar de música a media pieza. Puede estar en un danzón y pasar, sin previo aviso, a una polca y terminar con un chotis, peligroso baile porque éste se ejecuta en un espacio diminuto.
La esperanza del elegido es que el Presidente escoja un nuevo danzante y lo haga a un lado y no se vuelva a acordar de él por un buen tiempo. Eso constituye un alivio y una salida gloriosa. Desgraciadamente, el Presidente puede aburrirse muy pronto del nuevo danzante y buscar al anterior. Eso fue lo que pasó hace apenas unas semanas. El elegido para la danza había sido durante meses el Presidente de México Andrés Manuel López Obrador, quién ejecutó con una habilidad inesperada el baile y salió triunfante.
El que ocupó enseguida su lugar fue el Presidente de Irán, quién de manera abrupta se paró en medio de la pista y se negó a dar un paso más, no se diga un requiebre. Las consecuencias fueron desastrosas para la economía de sus gobernados. Su moneda se devaluó en un 50% y los víveres escasean ya en su país de manera peligrosa. Otro que no solo no quiso bailar con el Presidente sino que lo calificó de ¨inepto¨ y ¨caótico¨ fue el Embajador de Inglaterra en Estados Unidos. Esos insultos le valieron al diplomático inglés, la enemistad a perpetuidad del Presidente del país más poderoso de la tierra.
Para esta danza macabra el Presidente elige a los más débiles. Y toma de rehenes a sus seres más queridos. En el caso de López Obrador tuvo que danzar al son que le tocó el Presidente de Estados Unidos, porque la otra opción era la ruina y la paralización del país. Para los que todavía no lo saben, la economía de México depende en un 80% de Estados Unidos. Los mexicanos comen tortillas, pollo, carne, entre otros manjares, porque Estados Unidos se los vende a precios muy bajos. Y los precios son bajos porque el Presidente da subsidios millonarios que vienen de los impuestos de los contribuyentes, a granjeros y agricultores de grandes sembradíos. (Esos se llaman latifundistas en mi pueblo.)
En los últimos 40 años, los Presidentes Mexicanos no se preocuparon por desarrollar la autosuficiencia alimenticia ni la energética de su país. La mala noticia para el actual Presidente de México es que su homólogo, Trump, le vuelve a extender la mano para llevarlo de nuevo a la pista infame donde ahora están de por medio la amenaza de poner aranceles al acero y continuar con los que ya se le aplican al tomate.
Flaco favor le hacen a López Obrador los que le aconsejan que regrese a esa danza, pero con un plan premeditado, de meterle un paso doble al Presidente, que le propicie una caída aparatosa, que todos lo vean caer a los pies del Presidente de México, con la cabellera abultada en el cuello. Eso sería un error y una provocación con graves consecuencias. El Presidente mexicano ha probado ser un bailarín profesional, de esos que saben bailar con cadencia sobre un pañuelo. Ya lo hizo una vez, salió de una danza desigual, con la dignidad intacta.