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Los indígenas tenemos una deuda pendiente con los afroamericanos en su lucha por equidad

La violencia es injustificable. Las manifestaciones y los disturbios que se viven en las calles de Estados Unidos de Norteamérica, obligan a reflexionar. El estallido social es consecuencia de los retos, maniqueo y desigualdades que enfrenta la gente en un sistema autoritario y opresor. Evidentemente, la gente ya está harta de sufrir abusos.

El racismo es encabezado por un líder cuyo objetivo ha sido dividir las etnias. Donald J. Trump, presidente de Estados Unidos, ha hecho su carrera política a través de insultar, denigrar e incitar al odio hacia las comunidades étnicas y la comunidad minoritaria. Además de otros malestares sociales, la situación actual es el resultado de las provocaciones del discurso de supremacía blanca. 

La muerte del afroamericano George Floyd a manos de la policía fue el detonante de la convulsión social. A raíz de este lamentable hecho, podemos reflejar la desgarradora historia de los afroamericanos. Ellos llegaron a estas tierras como esclavos de la gente blanca quienes privaron sus derechos. Hasta nuestros días permanece las secuelas de ese sometimiento. 

La Guardia Nacional en Santa Monica, Cal. Fotos/Gabriel Martínez. (cortesía)

Si bien la esclavitud de los afroamericanos se quedó en el pasado, una población de hispanos trabaja bajo un sistema opresor hasta nuestros días. Son nuestros hermanos mexicanos y latinos cuya población se cree que oscila alrededor de los 11 millones de trabajadores sin documentos legales. La mayoría aporta con su mano de obra, socialmente y económicamente para el desarrollo de este país. En estos días, durante la crisis del coronavirus, cuando la mayoría de la población ha estado en confinamiento en sus hogares para resguardar sus vidas, los trabajadores agrícolas son los que laboran mientras que paradójicamente son perseguidos por la justicia debido a su situación migratoria. Gracias a su labor, los estadounidenses tienen en su mesa los productos básicos que se producen en el campo. ¿Cómo se puede justificar tanta injusticia y denunciar a un sistema opresor?

Además, de qué manera se puede concebir las contradicciones o las mentiras de un país que pregona ser ejemplar en derechos humanos y un pueblo que se autodenomina modelo para los países subdesarrollados. En Estados Unidos, desde el comienzo de la administración de Trump, se han instaurado las infames jaulas donde, salvaje e inhumanamente, se encierra a los niños en el paso migratorio al, según, “primer mundo”. ¿Como concebir un país que construye más cárceles en vez de escuelas? La lista de opresiones de un pueblo subyugado es larga. 

Quienes inmigramos de jóvenes a este país en busca de un mejor porvenir, anhelábamos un país noble, justo y apegado a las leyes. Algunos hemos cumplido esos sueños. Para la mayoría, sin embargo, vemos con nostalgia nuestros anhelos y aspiraciones defraudados. Con desilusión, nos hemos percatado que el sueño americano es meramente un emblema propagandista del gobierno ya la mayoría de nosotros apenas subsistimos por el alto costo de vida en este país. 

En las metrópolis como Los Ángeles, algunos paisanos tienen hasta dos o tres trabajos para poder acumular y saldar sus alquileres, transportes, gastos y algunas comodidades. Al sistema capitalista-materialista le conviene que seamos dóciles y fieles consumidores. Nos enganchó en sus tentáculos para hacernos adictos al consumismo excesivo, al mismo tiempo que asfixiamos al planeta por los desechos que se generan. 

La muerte de George Floyd fue detonante de una serie de frustraciones debido a la desigualdad. En retrospectiva, nosotros los oaxaqueños y la gente indígena también hemos sufrido todo tipo de discriminación: por hablar una lengua milenaria, por el color de nuestra piel y fisonomía. Se nos discriminaba hasta por nuestras éticas laborales. Algunos para evitar el hostigamiento preferíamos decir que éramos de otros estados de México, distinto a nuestro lugar de origen. A mediados de 1990, el racismo y la violencia destruyeron el sueño y la vida de muchos jóvenes. Otros estudiantes de secundaria y preparatoria enfrentaron el racismo de diferentes maneras; algunos tuvieron que defenderse físicamente. Otros, desafortunadamente, se integraron a las pandillas para gozar de una protección por tanto hostigamiento que enfrentaban. 

Para mostrar el orgullo de ser indígena y fomentar en una inclusión de etnias, hemos recurrido de forma altruista a las manifestaciones artísticas, sociales y culturales. Aquellos eventos llamados “Festivales Guelaguetza”, que se efectúan principalmente en el suroeste de Estado Unidos, donde asiste toda una comunidad multiétnica. Mediante esta muestra de hermandad, de paz y de armonía hemos logrado concientizar de nuestros valores milenarios y minimizar la discriminación hacia los oaxaqueños.

La vivencia de racismo entre afroamericanos y los indígenas es muy parecido. A lo largo de la historia, ambos grupos hemos sido víctimas de un sistema injusto llamado “casta”. Ambas etnias no teníamos derecho a ser dueños de tierra y ni el derecho de asumir a un cargo público. Hasta en nuestros días, enfrentamos prejuicios y estigmas de un segmento de la sociedad que nos discrimina consciente e inconscientemente. 

Los indígenas, tenemos una deuda pendiente con los afroamericanos quienes lucharon en los años 60 por los derechos civiles. Su esfuerzo y sacrificios nos benefició a los oaxaqueños migrantes, la discriminación hacia nosotros fue menor. 

De la misma manera que activamente proponemos lazos de hermandad mediante la cultura, como personas consientes, es nuestro deber denunciar las injusticias que privan la felicidad y los derechos de nuestros semejantes. La lucha es de todos en aras de construir un mundo mejor para las futuras generaciones. Quienes gozan del derecho al voto, es imperativo sufragarlo. Al resto de nosotros nos corresponde participar prudentemente para derrocar la autoridad de un gobierno tirano. Los derechos, privilegios y libertad que actualmente gozamos, son frutos de los sacrificios de nuestros antecesores. Ahora corresponde nuestra participación para seguir resguardándolos. La democracia de un país es participativa. 

* Gabriel Martínez es fotodocumentalista, impulsor cultural y escritor trilingüe nacido en el estado de Oaxaca, México. Es ganador del Premio CaSa en literatura indígena zapoteca.

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