martes, diciembre 3, 2024
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Ya no se trata de “la ley y el orden”, sino de racismo puro y duro

La corriente subyacente de odio y racismo detrás de las políticas antiinmigrantes durante los últimos 35 años ha quedado expuesta en la plataforma de un tal Donald J. Trump.

Por Pilar Marrero*

No hace mucho tiempo que muchos políticos estadounidenses -en su mayoría republicanos y algún que otro demócrata- negaban que su retórica o medidas “duras” contra los inmigrantes tenían algo que ver con la raza o la etnia de esos inmigrantes. No es cuestión de racismo, decían, es cuestión de legalidad, de hacer cumplir las leyes de los Estados Unidos, de deportar a los que cometan delitos y proteger a los ciudadanos y residentes legales. Proteger a los que “hicieron bien las cosas” y vinieron a este país de forma legal.

Pero ahora se han quitado las caretas, y el trasfondo de odio y racismo de las políticas antiinmigrantes de los últimos 35 años, apenas escondido tras una pátina de “ley y orden”, queda al descubierto en la plataforma de un tal Donald J. Trump, cuyo odio personal a las minorías es más que evidente.

Creo que en las últimas semanas -sumado a todo lo ocurrido en los últimos años- ha quedado suficientemente claro que la tercera campaña de Donald Trump para la presidencia y el movimiento MAGA en general, no pierde el tiempo haciendo estas diferencias. Lo que escuchamos de Trump o de los que lo apoyan y hablan en sus eventos es esto: “a este país llega la basura del mundo”; “Venezuela abre sus cárceles y nos envía a sus violadores y criminales”; “una isla de basura flota en el mar, y se llama Puerto Rico”, los haitianos de Springfield se comen a las mascotas y los afroamericanos usan sandías en vez de calabazas para Halloween. 

La lista de estereotipos y clichés que sale de la boca de Trump y de sus aliados es cada vez más radical pero las pruebas del racismo de Trump no son nuevas.

Al lanzar su primera candidatura 2015 lo dejó en evidencia, y continuó por años :  “los mexicanos que vienen a este país indocumentados traen crimen, traen droga, son violadores, y algunos, creo, son buenas personas”, su declaración sobre los países centroamericanos y africanos como “países de mierda”, su ojo “científico” al declarar al COVID como “el virus chino”, desatando una avalancha de delitos de odio contra la comunidad asiática como no se había visto en décadas y su prohibición de entrada “por problemas de seguridad” para miles de personas de religión musulmana no son más que anexos en la gruesa carga de la evidencia.

Pero entre sus nuevas promesas ya no se trata solo de deportar a “ilegales”. Ahora se trata de convertir en “ilegales” a los legales (quitar el TPS, los programas de refugiados, las visas para trabajo) y cambiar la constitución para que nacer en Estados Unidos no lleve automáticamente a que uno sea ciudadano.  Crear a millones de bebés sin patria, es uno de sus objetivos. 

Al centro de sus promesas de campaña están las deportaciones masivas de “entre 12 y 21 millones de inmigrantes” que comenzarán “desde el día uno”. También la idea de que no hace falta separar familias al deportar, “ya que podemos deportar a toda la familia”, como claramente explicó la pasada semana en el programa “60 minutes”, Tom Homan, el ex director de ICE durante el primer gobierno de Trump. Esto incluirá a quienes caigan en la red, sean o no sean ciudadanos o residentes legales, indiscriminadamente.

Estamos hablando de otra, mucho más grande, “Operación Espalda Mojada” (Operation Wetback), como la que hizo Estados Unidos en 1955, cuando cientos de miles de mexicanos fueron deportados de diferentes regiones de Estados Unidos a México, muchos de ellos ciudadanos o que habían vivido casi todas sus vidas en los Estados Unidos. Lo que Trump está planteando es el uso de tácticas militares y “campos de detención” y la inversión de miles de millones de dólares en un programa sin precedente en el mundo moderno. La devastación humana, familiar y también económica de estos planes es indescriptible, y se convertiría en una maldición histórica para este país.

A veces me pregunto, sin embargo, si estos latinos que van a votar por Trump se dan cuenta de lo que están haciendo. Si como dice la periodista Paola Ramos, en su estudio sobre la ultraderecha latina, “hay muchos latinos que no creen que Trump está hablando de ellos cuando dice lo que dice”.  Cuando se nos dice que hombres afroamericanos desencantados con el sistema buscan una opción en Trump. Cuando escuchamos a grupos nacionalistas hablar de “expulsar a los inmigrantes y proteger nuestra forma de vida”.  Muchos lo dicen sin tapujos: “proteger la herencia blanca de Estados Unidos”.

Los latinos y otras personas de minorías raciales que creen que los planes de Trump no los incluyen a ellos y que lo único que quieren es “mejorar la economía” o “recuperar los trabajos que nos quitan los ilegales”, tendrán un rudo despertar cuando se den cuenta que la imagen de país que tiene su admirado líder tampoco los incluye a ellos. Que sus vidas se volverán un infierno en un país liderado por un hombre que ha sido descrito por sus más cercanos colaborares conservadores y republicanos como un fan de Hitler y un fascista.

Pilar Marrero es periodista y escritora. En 2012 publicó el libro “El Despertar del Sueño Americano” (en Español) y Killing the American Dream (en inglés), en el que describió la compleja relación de Estados Unidos con su pasado inmigrante y la equivocada política migratoria que ha prevalecido desde 1990.

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