Oaxaca, Oax.- Una tambora resuena a lo lejos, los cohetes hacen su típico aviso que hay fiesta y poco a poco al acercarnos al lugar nos damos cuenta que la algarabía se vuelve más intensa y no solo la tambora resuena, también un saxofón, un clarinete, tubas y varias trompetas que acompañan a la marmota típica de las fiestas del pueblo.
Todas las calendas pasan por el zócalo y específicamente por el emblemático árbol de laurel que adorna una de las esquinas de la plaza mayor de Oaxaca. La intensidad de las actividades artísticas ha disminuido desde hace algún tiempo debido a que este coloso, testigo del tiempo y de la historia se encuentra en peligro, dicen, los que saben, que por dentro está muy enfermo, y se han buscado muchas maneras de hacer que recobre su frescura y su vigor.
En meses pasados se juntaron varios defensores de la ecología para, con el apoyo de biólogos, inyectarles algunos productos con el fin de que se reactivara, sin embargo, poco a poco este coloso ha ido cediendo al paso del tiempo y de sus enfermedades, y ahora ya se le nota con menos hojas y con algunas manchas en el tronco que indican que ha sido lenta su recuperación sino es que nula.
Sigue la fiesta, la banda de música eleva las emociones de los espectadores. De pronto, de entre la multitud, aparece un espontáneo que con botella en mano se dedica a repartir mezcal entre los asistentes, alguien dice que es un integrante del Ayuntamiento del pueblo que vino a mostrar su riqueza cultural, musical, gastronómica y tradicional.
Ahora es una mujer ataviada con su vestimenta tradicional quien se lanza a la explanada y acompañada de un varón, -obviamente su esposo, porque así lo dicta el respeto en los pueblos de Oaxaca – inician el baile popular, al mismo tiempo que invitan a todos los espectadores a seguirles o acompañarlos en la calenda.
Toda la tarde bailaran bajo el laurel, ese mudo testigo que si pudiera contarnos lo que ha visto y ha vivido, tendríamos para escribir miles de historias, anécdotas. Aquí bajo el laurel, las parejas se han enamorado, se han besado, algunos se han reencontrado, y otros se han separado. Los jóvenes lo han vuelto punto de referencia para encontrarse con los amigos, con la novia, con el amante, con algún comprador o vendedor y otras cosas más.
De manera cotidiana aunque no diaria, se reúnen los maestros para realizar algún evento cultural, los trovadores, los músicos espontáneos, la que ofrecen un concierto de guitarra, de marimba, la banda de música del estado, y muchos artistas más, inclusive durante el movimiento magisterial sirvió de cobijo a muchos maestros que instalaron sus campamentos bajo sus frondosas ramas, algún gracioso escribió en la entrada de su tienda de acampar “Hotel El Laurel” por obvias razones, además de utilizarlo como tendedero.
Pero volvemos a la fiesta, nos vamos acompañando a la banda y a los bailadores. Caminamos alrededor del zócalo y de calles aledañas, siempre con la música de viento, bailando y cantando, el cielito lindo, la llorona, la sandunga, el dios nunca muere, pero siempre con la misma recomendación que suena a amenaza, “regresamos bajo el laurel a seguir la fiesta”.
¿Cuánto tiempo más aguantará los embates naturales y el trajinar de la gente? ¿Cuántas historias más vera pasar este viejo laurel? ¿Hasta cuándo sobrevivirá? ¿Hasta cuándo o por cuánto tiempo?