Por Alicia Alarcón
El rostro sonriente de la niña, las espesas pestañas, la nariz espigada y los labios en forma de corazón habían desaparecido, lo que había en su lugar, era una masa sanguinolenta. Su mamá la pudo haber identificado por su cabello oscuro, lacio más abajo del hombro, por su ropa y por los zapatos que llevaba puestos esa mañana. Sin embargo, las autoridades la sometieron a una espera tortuosa de horas que transcurrieron lentas. Al oscurecer, supo que su hija de 9 años, estaba entre las 21 víctimas de una masacre que pasa a la historia como un ejemplo trágico de ineptitud de parte de todo un cuerpo policiaco y de la inconsciencia de un gobernador que desde su silla de ruedas, se dedicó a elogiar a “los valientes” que habían actuado con prontitud para acabar con el atacante, la realidad fue otra.
El pasado martes 24 de mayo en la ciudad de Uvalde, Texas, una ciudad de apenas 16 mil habitantes, la vida de 19 niños y dos maestras fueron truncadas por los disparos provenientes de fusil de asalto que un joven de 18 años utilizó para disparar a niños y maestros en la Escuela Primaria Barr.
El asesino además de dos armas semiautomáticas adquirió suficientes municiones con el fin de ocasionar el mayor número de bajas, lo logró sin muchas complicaciones. La cronología de los hechos revela que el asesino tuvo tiempo suficiente para acabar con la vida de niños y niñas que de manera desesperada marcaban el 911 pidiendo auxilio. Sin saber que ya 19 policías estaban en el pasillo, desde hacía media hora y que a pesar de escuchar sus gritos y detonaciones de balas, no hicieron nada.
Lo irónico de esta tragedia es que casi el 50% del presupuesto de esta pequeña ciudad se dedica a la compra de armas, uniformes y vehículos de todo tipo para las diferentes agencias de policía. Las mismas que fueron incapaces de detener o disminuir el grado de la tragedia.
Es muy fácil señalar un culpable, pero todos los agentes como sus jefes son responsables por igual. La pregunta que se hacen los padres de las víctimas es que si una hija o hijo de los agentes que durante más de 30 minutos esperaron en los pasillos, escuchando los gritos de auxilio y detonaciones sin hacer nada, no hubieran derribado la puerta que los separaba de sus hijos aún a riesgo de perder la vida.
Las madres y padres de familia vieron con horror como el tiempo transcurría y los agentes dentro y fuera del edificio no hacían nada por enfrentar al agresor. Transcurridos casi 90 minutos un equipo especial de agentes de la patrulla fronteriza llegó a la escuela y uno de ellos, con una llave maestra logró entrar y en cuestión de minutos acabó con el agresor. Para entonces un rio de sangre corría en dos salones contiguos. Los cuerpos de 19 niños y dos maestras yacían inertes en el piso.
Estas escenas dolorosas se han vuelto cotidianas en Estados como Texas donde un joven de 18 años puede comprar las armas de asalto que quiera, sin identificación, (la familia del asesino aseguró que no tenía ninguna) pero no puede comprar cigarros ni una botella de vino en un supermercado, para eso tiene que esperar a cumplir 21 años.
Bien harían, por difícil y doloroso que esto sea, que las madres, antes de cerrar el féretro, besar la frente y despedirse de sus pequeños, a los que no van a volver a escuchar, ni abrazar, para los que no habrá nuevos cumpleaños, ni la vida que les esperaba, demandaran la presencia de Ted Cruz, Senador de Texas y Marco Rubio, (Estos Senadores, junto con Donald fueron las estrellas durante la Convención Nacional del Rifle que sin el mínimo respeto al dolor de los padres por lo sucedido en Uvalde, hicieron su fiesta anual en la ciudad de Houston a tan sólo dos días de la masacre.)
Que a estos políticos, se les obligue a ver los cuerpos destrozados de esos niños. Que visiten las casas humilde de los papás, que vean las fotografías, los trofeos, los dibujos, las cartas donde plasmaron sus sueños, mismos que quedaron truncados por un desconocido que tuvo fácil acceso a una arma de guerra gracias al apoyo incondicional que estos y otros Senadores dan a los que se hacen billonarios con las ganancias que obtienen de la venta de este tipo de fusiles que una y otra vez es utilizada por jóvenes en matanzas similares.
¿Dónde será la siguiente? Esto continuará hasta que todo el pueblo, sin importar los partidos, deje de apoyar a los siervos de la Industria de las armas, que con cada masacre ven sus ganancias subir en la Bolsa de valores en Nueva York. Un gran negocio para ellos, una tragedia para todos nosotros.