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Las calendas callaron en un estado donde resuena en cada calle la algarabía provinciana.

Sonaron los acordes del dios nunca muere, resonaron las tubas, los clarinetes, y los platillos, pero no se escuchó el coro de los oaxaqueños despidiendo a la octava del lunes del cerro como se acostumbró durante muchos años hasta el 2019, porque en el 2020 debido a la pandemia mundial se suspendió este encuentro que se transformó de ser un encuentro étnico racial a un gran espectáculo comercial, que si se hubiera podido se habrían hecho presentaciones durante toda la semana de la Guelaguetza en el cerro del Fortín, como lo proponía un candidato a presidente municipal por Oaxaca.

La fiesta se acabó sin ruido y sin presencia, con un centro histórico en deterioro constante y con algunas fiestas que los pueblos de Oaxaca organizaron, cuidando no saturar sus comunidades debido al temor del contagio.
Ya no grito emocionada la extranjera que anhelaba estar en el escenario, ya no bailo la paisana de Tehuantepec, el que carga la marmota, las chinas oaxaqueñas, las portadoras de los estandartes de Juchitán, las que bailan con la piña al hombro o las mujeres de Jaltepec, con su baile de varitas, que en un descuido ponían al descubierto sus pechos morenos en una muestra de cómo eran las tradiciones antaño, en esa comunidad y que ahora algunas personas han llamado falta de respeto a la feminidad.

Sigue vacío y así seguirá, por no se sabe cuánto tiempo el auditorio Guelaguetza, donde se grabaron días antes unos bailables que aunque son comerciales para los visitantes, para los oaxaqueños fue una muestra de la ignorancia de quienes venidos de afuera no saben de las verdaderas tradiciones y se conforman como lo hicieron los conquistados por los españoles, recibir espejitos a cambio de dar su oro, sin importarles la destrucción del patrimonio mundial intangible de las ocho regiones del estado de Oaxaca.

Hizo falta la algarabía, los cohetes, las empanadas de amarillo, los mezcales en los recorridos de las delegaciones, los gritos jubilosos de ¡ya llegaron los de Ejutla, la chirimía que anunciaba el inicio de la fiesta, la presencia de la diosa Centeotl que las presidia y muchas otras cosas que ahora se han vuelto parte de la memoria histórica de los pueblos de Oaxaca, no sabemos por cuanto tiempo a la ausencia que es difícil logren acostumbrarse los oaxaqueños.
Mientras tanto muchos turistas aprovecharon para vacacionar en los destinos de playa, visitar lugares como Monteaban, Mitla, Tlacolula, Ocotlán, Ella, Ejutla, que aun con restricciones recibieron a nacionales y extranjeros en un abrazo fraterno con distanciamiento que ansían se vuelva un fuerte abrazo profundo y sincero como solo un oaxaqueños sabe darlo, con el corazón en la mano.

Oaxaca ofrece artesanías, en lugares reconocidos y establecidos, evitando los ambulantes que se dedican ante la complacencia de las autoridades, a vender productos chinos y copias de las artesanías locales, una amplia gastronomía que va desde los moles reconocidos a nivel internacional, empanadas de amarillo, empanadas de san Antonino, clayudas, memelas con aciento, tasajo asado en los pasillos del mercado 20 de noviembre, cecina enchilada y blanca,
quesos, quesillos, chapulines, y el infaltable mezcal de Miahuatlán, de Matatlan, y ahora también de la mixteca oaxaqueña.

Los turistas tienen de donde escoger mientras pasa esta contingencia de salud, y mientras vuelven las tardes alegres llenas de algarabía, acompañando a la calenda que por este año se mantuvo callada.

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