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Juana Ruiz, 3 veces migrante

*Una historia inspiradora para las mujeres oaxaqueñas indígenas e inmigrantes.

Oaxaca de Juárez, Oax., abril 2023.- La indígena oaxaqueña Juana Ruiz Díaz tenía 15 años de edad, estaba casada y embarazada. En la calle, mientras esperaba a su esposo, vio a unas jovencitas con uniforme escolar. Se preguntó por qué no estaba estudiando como ellas y entonces pensó: mis hijas sí aprenderán, irán a la escuela, porque no se meren mi destino.

“Las vi con su uniforme, falda tableada, blusas blancas y pensé por qué no estoy en lugar de ellas estudiando, por qué ya me casé y estoy con un hombre. Cuando tuve mis hijos siempre veía esa imagen y decía: tienen que estudiar como esas niñas que vi en ese lugar. No tienen por qué casarse menores de edad, tienen que estudiar, dar el paso que yo no tuve la oportunidad.

Hoy, más de cuatro décadas después, con lágrimas relata ese momento que no olvidará, cuando estuvo en Nanchital, Veracruz, en un viaje fuera de su comunidad Santa Catarina Quierí, en la Sierra Sur del estado; el primero de varios que haría para cumplir su sueño de darles mejores oportunidades a sus cuatro hijas y un hijo.

Su vida es similar a la de las mujeres de su comunidad, cuenta en entrevista. Ella, dice, no fue extraordinaria, la diferencia es que puede contar su historia para ser ejemplo y que sus congéneres vean que la tenacidad, las ganas de hacer la impulsaron y que es posible cumplir los sueños.

Tuvo una instrucción escolar elemental y hasta los 21 años habló el español. Sin embargo, comenta orgullosa, con su esfuerzo y el de su marido Hilario Herrera Valencia, pudo cambiar el destino de sus cuatro hijas y un hijo: Gisela es empresaria, Yolanda es sicóloga, Rosalba es criminóloga, Maribel es comunicadora gráfica y Santiago estudia psicología.

No es la única indígena oaxaqueña que sobresale, enfatiza, sin embargo, su historia le mereció el primer lugar de entre 345 narraciones de mujeres que viven en 46 países de los cinco continentes, y que participaron en el concurso “Mujer Migrante, cuéntame tu historia”, edición 2015, convocado por el Instituto Nacional de las Mujeres.

El relato de Juana Ruiz Díaz de 56 años de edad se llamó “Tres veces migrante”, y hace referencia a las veces que viajó a Estados Unidos para buscar mejores condiciones de vida. Salió de su comunidad y de su país, debido a la necesidad económica, pero también por sus ansias de conocer, de saber qué había más allá de lo que veía en su pueblo, dice en entrevista.

Siendo mujercita, le dijeron, no podía salir de su comunidad como los hombres. Así, desde niña veía cómo conforme iban creciendo, los jóvenes se iban a la pizca del café y a ella, su padre le decía que no podía ir, porque había peligros, porque matan mujeres. “No hija, tu quédate con tu madre, tienes que estar con ella haciendo tortillas, los hombres salen a trabajar, pero las mujeres no. En la ciudad no hay nada bueno”.

-Pero quiero conocer, ¿por qué no salimos de este lugar?, veo alrededor como un pozo. ¡Quiero salir!, ir atrás del cerro, a ver qué hay, quiero ver qué hay más allá-, suplicaba, y sin embargo sólo pudo salir a los 15 años de edad, cuando ya estaba casada y embarazada. Su esposo no tenía dinero y la necesidad los obligó a dejar su hogar.

Fueron tiempos muy difíciles porque estaba embarazada y era muy joven, pero su inquietud le hizo ver que hay mucho que conocer en este mundo. “Si la gente no quiere verlo así, pues cómo va a superarse. Todo es posible, queriendo se puede hacer algo, no vamos a extender la mano para que nos caiga del cielo, tenemos que poner nuestro granito de arena”, cuenta.

“Nuestra mente tiene pobreza, no queremos ver dónde está la riqueza. No quiero hablarlo así presumiendo, pero hay que ver las cosas como mujeres que somos. Somos mujeres, pero también listas e inteligentes y no me quiero creer tanto, pero si salimos, ahí está la realidad no es que apenas vamos a empezar, sino que ya avanzamos”.

Platica con gusto, con sonrisas, aunque por momentos su voz se hace delgada, porque si bien ahora puede decirse triunfadora y seguir con el ánimo de volver a viajar, vivió etapas dolorosas, humillantes en sus migraciones cuando viajó a la capital de su estado, luego a Veracruz y después a Estados Unidos.

Quizá el viaje que más recuerda fue a los 23 años de edad, cuando cargaba con cuatro hijos y tenía siete meses de embarazo. Fueron de Santa Catalina Quierí hacia San José Lachiguirí, luego a la Ciudad de Oaxaca, de ahí a Coatzacoalcos y a Nanchital, en Veracruz y otra vez a la capital de Oaxaca donde se asentaron un buen tiempo.

Ella animó a su esposo y aunque tenía dividido el corazón entre su familia y su deseo de superación, se dijo que no era imposible encontrar algo mejor. Cargando en la espalda a la penúltima hija, caminó unas ocho horas, ayudada con mezcal caliente para aguantar, dijo. Los niños apenas si habían comido las tortillas que llevó para el camino.

Al llegar a la terminal de segunda clase en la Ciudad de Oaxaca, se oía música del año viejo. Ella no sabía qué era Navidad ni Año Viejo ni Nuevo.  No habían comido y apenas si tenían dinero. Mientras el padre iba a buscar un sitio para alojarse, los tres hijos grandecitos comieron panes que una bondadosa mujer les obsequió y la pequeña calmó su llanto desesperado cuando tomó media taza de café con leche y se quedó dormida.

Así cuando fue a Estados Unidos por primera vez, siguiendo a su marido, cuando ya iba en el avión hacia Tijuana donde se encontraría con un “coyote”, se preguntó si valía la pena, el sacrificio. El viaje fue una aventura peligrosa de la que milagrosamente salió para a los pocos días, trabajar en el deshoje de uva, en los naranjales, en la pisca de chile jalapeño, en la lechuga, chile morrón y mandarina. Así pasaron dos años.

Años más tarde cuando los hijos crecieron, avanzaron en la escuela, los gastos eran mayores. La señora Juana Ruiz Díaz decidió que volverían a Estados Unidos para mandar dinero a sus hijos. En ese tiempo, las hijas y el hijo se hicieron independientes ya que vivieron solos, administraban el dinero y se esmeraban en no reprobar y sacar buenas calificaciones. Así cada quien cumplió con su deber.

Ahora que los hijos se titularon y trabajan, ahora que viven de manera más holgada, que no es necesaria la migración, se siente algo inquieta. Con risas comenta que le gustaría ir otra vez a Estados Unidos, a trabajar porque es lo que sabe hacer, en el deshoje de uva, en los naranjales, en la pizca.

Mientras decide volver a ir a Estados Unidos, vive con su esposo. Tiene 56 años de edad y con el buen humor que la caracteriza, se dedica a sembrar y cosechar sus árboles frutales, se ocupa en estas labores porque no quiere dejar de trabajar, comentan sus hijas e hijo.

Acerca de su premio manifestó su alegría de que conocieran su historia. “Todo lo que viví y padecí desde que salí de mi pueblo, lo han vivido y viven muchos paisanos y sobre todo mujeres, espero que mi historia sirva para que las cosas mejoren en mi pueblo y en Oaxaca”.

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