viernes, noviembre 22, 2024
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La grabación de los miembros del Concejo Municipal nos recuerda que aún hay trabajo por hacer

  • Como comunidad, debemos exigir responsabilidad. Las renuncias son necesarias antes de que pueda ocurrir la sanación y la restauración.

Por Mryna Castrejón/Presida y directora de la Asociación de Escuelas Chárter de California (CCSA por sus siglas en inglés)

Desde hace más de una semana, Los Ángeles se ha visto envuelta en el drama desencadenado por una grabación de hace un año de tres concejales latinos y un alto dirigente sindical conspirando para consolidar y retener el poder latino en el ayuntamiento a través del proceso de redistribución de los distritos.

El escándalo subyacente de la conversación fue el descaro con el que estos líderes trataron de manipular el proceso para consolidar su propio poder, enfrentando a una comunidad contra otra, lo que dejó al descubierto cómo el crudo juego del poder y la “mentalidad suma cero” están presentes en el ayuntamiento. Eclipsando la política descarada que se escuchó en la conversación, estaba la fealdad y el lenguaje descaradamente racista, homofóbico e hiriente que se usó para menospreciar e invalidar a comunidades enteras que los cuatro veían como competencia por el poder.

La respuesta de toda la comunidad política y cívica en Los Ángeles y más allá fue rápida e inequívoca. El aluvión de declaraciones públicas de todos los sectores fue vertiginoso, cada una de ellas denunciando este estilo de política y condenando el comportamiento de estas cuatro figuras públicas. Este comportamiento no puede ser tolerado.

Como comunidad, debemos exigir responsabilidad. Las renuncias son necesarias antes de que pueda ocurrir la sanación y la restauración.

Una semana después no ha habido una resolución aceptable y el daño sigue aumentando. Muchos líderes comunitarios temen que las frágiles coaliciones formadas durante décadas, en una ciudad que se esfuerza por ser vista como un refugio de diversidad e inclusión, hayan sido irrevocablemente dañadas. Esta historia no ha terminado, y las repercusiones se sentirán durante años.

Como latina que dirige una organización cuyo objetivo cívico es mejorar la educación, especialmente para las comunidades más desatendidas, mi deseo más profundo es que resistamos el impulso de individualizar la crisis a los cuatro o dejarlo en las declaraciones de solidaridad que se emitieron a raíz de la misma. Espero que aprovechemos la ocasión para incluir una gama más personal de acciones.

Sabemos muy bien el daño que puede suponer juzgar a todo un pueblo por las acciones de unos pocos. También sabemos que, por muy horribles que sean esas actitudes grabadas y dichas en voz alta, reflejan actitudes tácitas entre algunos miembros de nuestras comunidades. Nuestro carácter multiétnico y multirracial, nuestra condición de inmigrantes mixtos y nuestros variados países de origen complican cualquier identidad panlatina única y, sí, a veces nuestra unidad se ve socavada por persistentes y perniciosos sentimientos coloristas, racistas y anti indígenas.

Puede que recordemos o hayamos sido testigos de algún pariente o amigo de la familia que elogia a los bebés de piel clara; que habla de “casarse para mejorar la raza”, que elimina a los parientes de piel más oscura o indígenas, o que se comporta con recelo o incluso antipatía hacia otros grupos.

Hay muchas razones históricas y estructurales para esto, enraizadas en el colonialismo y en el vestigio del sistema de castas que está desapareciendo muy lentamente en América Latina. Nuestras historias son una lucha por la aceptación y un deseo de pasar de los márgenes al centro de un futuro dinámico, diverso e inclusivo. Sin embargo, el hecho de no tomar esto también como una oportunidad para mirarse de cerca en el espejo y asumir la responsabilidad individual y colectiva de interrumpir estos ciclos de sesgo comprometerá todo por lo que hemos estado luchando desde que la Proposición 187 despertó nuestra política colectiva hace casi 30 años.

Los cambios que queremos, y necesitamos, deben ser estructurales –igualdad en el acceso al voto, a los recursos, a la representación– y no se realizarán con simples renuncias. Del mismo modo, los cambios necesarios no pueden restringirse a los pasillos del poder, sino que deben incluirse en las conversaciones en la mesa, en las aulas e incluso en los lugares de culto para avanzar en nuestra conversación. No puede tratarse sólo de lo que “no se habla”, sino de cómo vivimos nuestros valores cada día en palabras y hechos y de cómo alineamos esos valores con nuestras acciones. Independientemente de quién esté escuchando.

Estos cambios sólo pueden realizarse trabajando juntos en las comunidades para resolver problemas comunes. Significa interrumpir los prejuicios que escuchamos y vemos en nuestras conversaciones públicas Y privadas; es desafiar sistemáticamente la idea de que características inmutables como el color de la piel o el país de origen tienen algo que ver con la bondad o el valor.

A menudo decimos que “los valores se aprenden en casa”, así que hago un llamado a las mamás, a los papás, a los tíos y a los abuelos para que se unan a este esfuerzo. No basta con decir “que vergüenza”. “Ellos no hablan por nosotros”.

Las escuelas de California han reconocido la importancia de proveer un aprendizaje social y emocional, de crear espacios de pertenencia donde los niños de todos los orígenes se sientan bienvenidos y aceptados. Incito a todos a que llevemos esas conversaciones a casa y apliquemos la regla de oro: luchar y trabajar contra los prejuicios dondequiera que se manifiesten en quienquiera que sea. Es la única manera de seguir avanzando en la labor de la justicia, es la única manera de avanzar.

*Este artículo de opinión fue publicado incialmente en La Opinión.

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